Fotorreportaje: El país que no vemos

«Sin alambrado nos sentíamos más libres…»

Diario La Nueva Provincia – Domingo, 13 octubre 2013

Por David Roldán

Cuando uno mira el monte, no ve otra cosa que…monte. Bajo, pero tupido. Achaparrado, espinoso, agreste. Así es el sur de La Pampa, donde se siente la Patagonia. En medio del reinado vegetal, muchos argentinos eligieron ese ámbito para vivir…y para morir. Como Maximiano Rolán.

Cuando Maximiano Rolán nació, hace 77 años, en muchos lugares de La Pampa nadie sabía de los alambrados.

Eran tiempos donde los ñandúes dibujaban su silueta por cualquier lugar, sin que nada ni nadie les impidiese el tranco largo y rápido.

Y tiempos, también, donde las madres no acudían a un hospital, sencillamente porque no había medios.

«Fui el mayor de varios hermanos, algunos de los cuales ya no están», cuenta.

En torno a una mesa redonda, amplia y debajo de un techito a dos aguas, con piso de tierra, no tarda en iniciarse la ronda de mate.

–¿Su padre tenía hacienda?

–Sí. Hacía de todo un poco, pero las vacas eran distintas…

–¿Cómo?

–Y… Todas con cuernos, para defenderse del monte, que aquí abunda.

–¿A cuánto está de aquí aquella casa?

–Estaba. Ya no está. Unos 3 kilómetros aguas abajo de aquí.

–¿Pudo estudiar?

–Sí, pero cuando estaba en segundo grado, el maestro se tuvo que ir y me sacaron al campo…

–¿A trabajar?

–Sí. Acompañaba a mi padre y lo ayudaba a juntar las vacas. A veces pasábamos mucho tiempo sin volver. Estábamos lejos. Los inviernos eran crudos y aprovechábamos para cazar zorros y zorrinos.

–Para vender el cuero…

–Sí, claro.

–¿Pagaban bien?

–No me acuerdo cuánto, pero tenían buen precio.

–¿Y quién compraba?

–Los mercachifles que venían desde 25 de Mayo. No siempre era por plata. A veces hacíamos canje por mercadería.

–¿Cuál es la época ideal?

–El zorro tiene el mejor pelaje entre abril y septiembre.

–¿Y qué hacían con la carne?

–No era para comer. Es muy poco lo que tiene.

–¿Y con los zorrinos qué hacían?

–También los negociábamos, y con la carne nos hacíamos sabrosos asaditos.

–¿Se come la carne?

–Es un poco gorda, pero riquísima.

–¿Y aprendió a leer y escribir?

–Sí, claro. Algunos de mis hermanos tuvieron la suerte de terminar la primaria. Yo no.

Recuerda Maximiano que apenas tenía 13 años cuando murió su madre.

«Nos quedamos solitos y tuve que colaborar para criarlos», admite.

En 1973, Maximiano se instaló donde hoy está, muy cerca de la villa Casa de Piedra.

Lo primero que hizo aquí fue construir una casilla de madera, donde se instaló con su mujer.

Y comenzó a armar su lote de vacas, en medio del monte y muy cerca del río.

Alternó, durante seis años, con un trabajo en la obra del dique donde, reconoce, hacía de todo un poco.

–¿En qué se diferencia La Pampa de hoy de la de ayer?

–Y… no había alambrados y nos sentíamos más libres.

–Pero hoy usted tiene lo suyo…

–Y, sí, ahí andamos con trámites aún.

–¿Hay pasto para los animales? Se ve mucho monte…

–Más o menos. Nos mató la sequía del 2011. Algunas vacas pudimos salvar. A otros no les quedó nada. Dejamos 35. Vendimos el «guachaje». –¿Cuándo recorre el campo?

–Todos los días. Vamos por la orilla del alambrado, para ver si no se escapó algún animal.

–Me imagino que a caballo…

–Sí, no lo cambio por nada.

–¿Cuánto tiempo le lleva dar toda la vuelta?

–Y… depende, más o menos dos o tres días.

–¿Se puede vivir de esto?

–Sí, pero hay que poner el hombro…

«A veces, los chivos se vuelven locos»

Maximiano no sólo tiene vacas, sino un lote de chivos, como ocurre en todos los puestos del monte.

«Los largo a la mañana y después es cuestión de ir a buscarlos, cuando comienza a atardecer», comenta.

–¿Hay que protegerlos de los pumas?

–Y, sí, donde uno se descuida me mata a uno o dos.

–¿Son muy depredadores?

–Nunca dejaron de serlo.

–Uno tiene la idea de que los chivos son agresivos…

–No. En general, son mansos.

–Sí, hasta que les agarra la locura. Por eso de ellos se encarga mi mujer…

Fuente: La Nueva Provincia

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15 de Octubre de 2013
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